viernes, 21 de junio de 2013

EL HOMBRE QUE SE COMIO EL MUNDO

Deportado de su Tenerife natal a la tierna edad de un año, pasó su infancia y adolescencia a caballo entre Marruecos y el Sahara.  Submarinista, periodista, inventor, corresponsal de guerra, escritor de éxito, director y guionista de cine, aventurero conocedor de más de un centenar de países.

Tengo la impresión de que hay una clase de personas a las que el mundo se les queda pequeño, que no han nacido para conocerlo sino para comérselo.  Hace apenas unos días, en la Feria del Libro de Madrid, tuve la oportunidad de estrechar la mano de uno de esos hombres, de cruzar unas frases con él, de comprobar que las arrugas de su rostro no son otra cosa que pozos de experiencia.

Alberto Vázquez-Figueroa le ha sacado jugo a la vida y aún le queda mucho por sacar.  En su web, www.vazquezfigueroa.es, se define a si mismo en la presentación de su obra Siete vidas y media: "Novelista, buzo, reportero de guerra, cazador de elefantes, inventor, mujeriego nato…".  Si sumamos a todo esto lo que he indicado al comienzo, todavía no esta completa su lista de actividades e inquietudes.

Con la misma maestría y sencillez me ha hecho entender la vida y el pensamiento de un Tuareg como me ha incitado a vivir platónicamente enamorado de Yaiza.   A través de sus obras y de sus personajes se ha convertido para mi en un desdonocido habitual, y no es esa una categoría de importancia menor ni mucho menos.  Mi vida, nuestras vidas, están llenas de desconocidos habituales y algunos de ellos llegan a tener una relevancia que les sitúa muy por encima de los conocidos ocasionales.

Su faceta humana no me ha decepcionado.  Sale a relucir en las múltiples entrevistas concedidas a prensa, radio y televisión a lo largo de los años.  Pero, permitidme la osadía, destaca muy especialmente su intervención en el reportaje Catástrofe de Ribadelago,  del programa de TVE Documentos TV que fue emitido en enero del 2009 coincidiendo con el 50 aniversario de la tragedia.  Me impactó por su crudeza y por las emociones que traslada desde el otro lado de la cámara y que, finalmente, le vencen.

Desde aquí mi admiración y mi respeto por todos aquellos que han tenido y tienen el coraje y la gallardía de comerse el mundo a bocados sin temor a atragantarse.  Con Alberto Vázquez-Figueroa y con sus obras he coincidido en el tiempo, pero a muchos otros que ha habido antes, y que habrá después, nunca tendré ocasión de estrecharles la mano.

Esa especie de alter ego que es mi botijo asiente y me confiesa que también entre los de su estirpe hay comedores de mundo.  Pero esa es otra historia de la que tal vez hablaremos ......

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